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DE LA POSTVERDAD AL CONOCIMIENTO

  • fjruizmo
  • 12 nov 2017
  • 3 Min. de lectura

Las elecciones presidenciales de EEUU y el referéndum del Brexit en Uk, ambos celebrados en 2016, pusieron de moda el concepto posverdad hasta convertirlo en la palabra del año. Se ha escrito mucho y se ha utilizado más todavía, cuestión que no ayuda a una definición clara del mismo. Utilizaré dos propias que no dejan de ser una adaptación personal de las ya existentes. Entiendo el concepto de posverdad como todo aquel debate centrado en una afirmación que pasa por ser verdadera cuya autenticidad nadie a comprobado. También considero como posverdad el debate que no atiende a argumentaciones lógicas, sino que utiliza emociones como herramientas que justifican la afirmación previa sobre la que se discute. Es decir, mi argumento es una emoción y, por tanto, no analizable en el marco de la racionalidad. El ámbito de análisis de emociones y sentimientos es diferente al de la lógica; se mueve en otros parámetros.


Es por ello que los debates posverdad no llevan a ningún sitio; se deslizan sobre vías muertas. En los dos casos citados, los debates fueron grandes espectáculos televisivos para masas, en los que se apelaba a la emoción sabiendo de antemano que ésta no es compatible con la lógica. La emoción no admite ningún tipo de crítica —en tanto que es absolutamente personal— y, muchos menos, argumentos contrarios basados en la lógica.

Pero no todo está perdido. Utilicemos un ejemplo inventado que puede ser aplicable a la mayoría de políticos, tertulianos y periodistas a sueldo. Cualquiera de ellos puede exponer una afirmación con el formato 2+2=5. A partir de aquí, se abre un extraño debate en el que no se cuestiona la autenticidad de dicha afirmación, sino de las características de 5. Es decir, el posterior debate girará en torno a "algo" que no ha sido confirmado y que -cual sofismo clásico- se acepta como verdadero.

Citaba anteriormente que no todo estaba perdido, al contrario. De la afirmación 2+2=5 y la posverdad que le sucede, puede obtenerse mucha información. Ésta se consigue tras un largo proceso que requiere voluntad, esfuerzo, tiempo y neutralidad.

Voluntad —tal vez en algún caso acompañada de necesidad u obligatoriedad— de querer saber hasta que punto dicha afirmación es cierta. Recordemos que lo más cómodo y menos peligroso es "comprar" aquellas afirmaciones que encajan en nuestro conjunto de creencias, pensamientos y argumentos.

Luego se debe realizar el esfuerzo de consultar fuentes de información alternativas que nos permitan confirmar la veracidad de la afirmación.

Igualmente, necesitamos tiempo suficiente para llevar a cabo todo el proceso, que no terminará hasta que se hayan extraído las conclusiones pertinentes.

Y, por último, neutralidad; en tanto que no se puede realizar ninguna investigación que se precie de tal, determinada por prejuicios.

¿Que información podemos obtener de todo ello? Considero que más de la que podemos esperar a simple vista.


  • Conocer y saber utilizar fuentes de información adecuadas que nos permitan cotejar las afirmaciones llevadas a revisión.

  • Crear, modificar o ajustar una metodología de análisis aplicable a dichas afirmaciones.

  • Obtención de información y conclusiones una vez finalizado el proceso.

  • Valoración de conjunto.


Todo ello nos muestra: la veracidad de la afirmación 2+2=5, las verdaderas características de 5, una compresión real de los argumentos expuestos, quiénes los exponen y de qué manera. Y, sobre todo, quién miente, puede haber mentido en un pasado o volver a hacerlo en un futuro.

Lo anteriormente expuesto puede resultar muy teórico o, tal vez, simplista o utópico. Desde luego, el tiempo y las energías necesarias para llevar a cabo todo el proceso queda fuera del alcance de la mayoría de las personas que no se dedican profesionalmente a ello. Ésta sería tarea, entre otros gremios, de periodistas. Sin embargo, son pocos quienes lo llevaban a cabo y sin los muchos que se ciñen a la línea editorial para la empresa que trabajan o la causa en la que creen de manera casi religiosa. Nada que reprochar en este sentido salvo la utilización del adjetivo “periodista”, que debería ser substituido por el de “publicista”.

Bendita posverdad que nos permite seguir SUBSISTIENDO en NUESTRA pequeña realidad.


 
 
 

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