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DUST BOWL (2 de 2)

  • fjruizmo
  • 25 oct 2017
  • 3 Min. de lectura

El dust bowl es un fenómeno que se circunscribe a la década de los 30. Como se citaba en el artículo anterior, una sequía intensa y prolongada de casi diez años y una roturación y posterior laboreo intensivo que alteró las características de los suelos, provocó que las capas más superficiales de estos fuesen arrastradas por los vientos.

En EEUU, esta década se considera como una de las peores de su historia, posiblemente equiparable a la de la Guerra Civil. La población norteamericana venía de disfrutar de una economía que, en apariencia, se haya en una infinita espiral positiva de beneficios. El país había salido reforzado de una I Guerra Mundial en el que su territorio no fue alcanzado, las muertes de soldados fueron relativamente bajas y la economía de guerra había sido de lo más beneficiosa para todos –incluido el mundo rural-. En definitiva, EEUU iniciaba la década con un futuro del todo favorable; se iniciaban los locos años 20.

Pero la “locura” terminó de manera abrupta para aquellos que no quisieron escuchar -que fue la mayoría- con el famoso crack bursátil de 1929. Tres días negros fueron suficientes para hacer despertar a todo un país y a varias generaciones de una placentera fantasía: jueves, 24 de octubre; y lunes y martes, 28 y 29 del mismo mes. La realidad se deshacía entre las manos. Nadie podía creer que todo se desmoronaba pero así era. Las acciones bajaban hasta convertirse en el mismo polvo del dust bowl que todo lo arrasaba. Y después de la bolsa vinieron los bancos, incapaces de sostener los productos que tan alegremente había creado y vendido. La banca norteamericana, todavía más cercana a la del siglo XIX que a la del XX, mostró una fragilidad insólita para el que comenzaba a ser considerado el país más poderoso del planeta.


Las gentes perdieron sus empleos, luego sus viviendas, más tarde su dignidad y, muchos de ellos, finalmente, su vida. Millones de personas pasaron, en cuestión de semanas, a ser tan pobre que tenían que vivir en las calles y alimentarse de la caridad. Y, en medio de esta pesadilla, las gentes del medio rural padecían una escasez de cosechas insoportables a la que había que sumar la exigencia, por parte de la banca, del abono de sus deudas. La única salida que les quedó fue entregar sus tierras y emigrar hacia el oeste. Se calculan que, de los estados de Oklahoma, Arkansas, Missouri, Iowa, Nebraska, Kansas, Texas, Colorado y Nuevo México, emigraron más de 3,5 millones de personas con sus únicas posesiones: el desvencijado vehículo en el que viajaban y su propia fuerza de trabajo. La mayoría se quedaba allí donde encontraban empleo aunque, casi para todos, la “tierra prometida” era la floreciente y casi desconocida California.

Franklin D. Roosevelt intentó crear, con mayor o menor acierto, una serie de medidas que mitigasen la angustiosa situación de esta población. Se pusieron en marcha programas forestales tendentes a la recuperación y protección de los suelos agrarios, una medida aparentemente “ecológica” que pretendía salvaguardar estos suelos entendidos como elementos económicos. Se sacrificó ganado para intentar que los precios no bajasen más, al tiempo que se compensaba a los ganaderos y se llevaron a cabo sucesivas campañas de ayuda a los necesitados, entre otras medidas.


Sin embargo, buena parte de estas actuaciones no consiguieron su objetivo: equilibrar, en la medida de lo posible, la renta del mundo rural con la urbana. Así, para que las medidas protectoras de los suelos fuesen efectivas, se necesitaba tiempo y suerte. Por lo que respecta a las económicas, el país no estaba en condiciones de derivar excedentes a zonas concretas puesto que éstos apenas existían. Por otra parte, los agricultores que conservaron sus tierras, fueron reacios a cambiar su forma de trabajo –hasta pasada la II Guerra Mundial, EEUU no entraría en la era de la agricultura y ganadería industrial-. Por último, la banca ligada al mundo rural hizo quiebra y no pudo recuperarse del crack. Se trataba, en la mayoría de los casos, de pequeños bancos muy ligados al territorio y sus gentes que no pudieron competir con los de las ciudades que, una vez superados los malos tiempos, se “quedaron” con sus deudas para luego convertirse en los futuros acreedores del mundo rural.

El dust bowl se convirtió en una especie de crack bursátil del 29 para el mundo rural, pero prolongado en el tiempo durante una década. Fue tan impactante que provocó una emigración superior a la de la fiebre del oro. Pero “no hay mal que por bien no venga”: los bancos del este que resistieron la embestida, se hicieron con el mercado financiero nacional; y la joven California, recibió una mano de obra dispuesta a trabajar inmediatamente, al precio que fuese y a consumir los mismos productos en los que trabajaban.


 
 
 

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