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DUST BOWL (1 de 2)

  • fjruizmo
  • 23 oct 2017
  • 5 Min. de lectura

En este artículo me gustaría hacer referencia a un fenómeno de origen relativamente “incierto”, desconocido para la mayoría de nosotros aunque sí tengamos referencia de otros similares en latitudes cercanas a las nuestras.

Se llama Dust Bowl, cuya traducción admite varios significados aunque todos ellos con un denominador común: el color negro. Así, se lo conoce como “ventiscas negras”, y también “tormentas de nieva negra”.

Situémoslo en el eje espacio-temporal. En cuanto a su geografía, los mayores efectos los sufrieron los estados sureños de los EEUU. Los expertos sitúan la zona principal al oeste del meridiano 100 en Las Grandes Llanuras, una zona de altitud moderada a alta, que oscila entre los 760 metros en la zona este y alcanza los 1800 en las estribaciones de las Montañas Rocosas. Por lo que se refiere al temporal, cabe situarlo en la década de los años 30.

¿Qué es el Dust Bowl? Pues, tal y como intentábamos definirlo anteriormente, se trataba de grandes masas de viento cargadas de polvo oscuro. Provenientes desde los estados del norte, unas ventiscas de gran intensidad recorrían la zona central de Estados Unidos en dirección sur atravesando las praderas, levantando a su paso la primera capa de suelo reseco hasta convertirse en una masa homogénea que lo impregnaba todo con su polvo oscuro. Fenómeno muy similar a las famosas tormentas de arena en los desiertos. Cuentan las crónicas que era imposible respirar y que, para hacerlo, la gente debía ponerse algún tipo de máscara en la cara que filtrase algo de polvo; que todo se impregnaba de este apagando los colores y que, dada la deficiente calidad de las viviendas en las zonas afectadas –la mayoría de madera y situadas en un ámbito rural empobrecido- se introducía en el interior de las mismas y los habitantes solo podían luchar contra ello cubriendo las aberturas con paños mojados; se intentaba que los niños no salieran a la calle; y todo aquel ganado que no podía ser resguardado bajo algún cobertizo, moría por asfixia o el impacto de algún objeto arrastrado por las fuertes rachas de viento.


Al inicio de este artículo apuntaba como “incierta” su naturaleza, y es que en ella encontramos elementos naturales y antrópicos que convierten al Dust Bowl en un fenómeno de lo más particular. Por lo que hace referencia a los naturales, citaremos dos: los vientos y la sequía. Con respecto a los primeros, cabe apuntar que en EEUU son frecuentes episodios de fuertes vientos, ya sea en forma de huracanes que terminan tomando tierra o tormentas que salvan la cadena montañosa de las Rocosas generando importantes precipitaciones. Así, los vientos que generaron estas “tormentas de polvo” tan intensas a lo largo de la década de los 30 solían presentar dirección este, sur y sureste; es decir, venían desde el Pacífico salvando las montañas y atravesaban el país de este a oeste, o bajaban desde el norte recorriendo las praderas.

La segunda variable natural es más excepcional: hablamos de la sequía que asoló literalmente el país durante los 30. Se considera que el clima de esta área es semiárido con 510 litros de pluviosidad anuales (podemos utilizar como referencia los 630 anuales de la ciudad de Barcelona). A ello cabe sumar la irregularidad de dichas lluvias –tanto anuales como en periodos más largos- así como los vientos citados y una importante insolación que acentúa la sequía.


Resulta interesante mirar al pasado puesto que encontramos información que nos ayuda a comprender el por qué de este fenómeno. Tanto exploradores europeos y posteriormente colonizadores americanos de estas regiones, consideraron que estas tierras no eran aptas para actividades agrarias; su habitual falta de agua y vegetación de cierto fuste –entendamos aquí árboles para construir viviendas e infraestructuras- consiguieron que aquellos primeros colonos bautizaran la zona como “el gran desierto americano”. Y es que, en periodos de sequía, solo conseguían sobrevivir herbazales y arbustos especializados. Sin embargo, la implementación de algunas leyes en la década de los 60 del siglo XIX, el final de la Guerra Civil y el aumento de la población, obligaron a ésta a trasladarse a estas tierras e intentar explotarlas. Los primeros intentos de implementación se centraron en el ganado pero, a la natural sequía, se sumaron una serie de inviernos severos que hicieron inviable dicha apuesta. El siglo XX comenzó con grandes cambios y es que, durante la primera década, las lluvias aumentaron de manera muy significativa y las tierras resecas se convirtieron en praderas de lo más productivo. Sucesivas leyes permitieron incrementar las dimensiones de las parcelas para nuevos colonos, llegando a ser de muy importantes (como por ejemplo en el estado de Nebraska, con 640 hectáreas). Ello se tradujo en: por una parte, un efecto llamada para nuevos colonos; segundo, la roturación de nuevas tierras; y tercero, la utilización de nuevas formas de trabajar la tierra utilizando la mecanización incipiente. Traducción de todo ello: eliminación de las hierbas y arbustos especializados a favor de especies agrícolas; alteración muy importante de los suelos, especialmente en su estructura física (los horizontes “naturales” desaparecieron) debido a una forma de arada muy impactante en los mismos; pérdida de una cobertura vegetal que los protegía de la pérdida de humedad por evaporación así como del arrastre de la capa superficial por los vientos. En definitiva, un empobrecimiento de los suelos (a nivel productivo) y una desprotección frente a fenómenos naturales tan intensos como al que estamos haciendo referencia.


Pero los años “húmedos” dejaron paso a los secos y, con ello, al desastre. Y, además, éste coincidió con otro aún todavía mayor: los efectos económico-sociales que estaba sufriendo la sociedad norteamericana –y luego el resto de la occidental- como consecuencia del denominado “crack del 29”. Se considera que 1930 fue el año del cambio, el año en que comenzó la sequía, el año en que las cosechas comenzaron a ser pobre y las tierras ha ser abandonadas. El 11 de noviembre de 1933 se dice que un único dust bowl arruinó todas las tierras cultivadas de Dakota del Sur. No había pasado todavía un año cuando, el 9 de mayo de 1934, se inicia una de las mayores tormentas negras que se recuerdan. Se cree que en apenas un par de días, se llevó buena parte de la tierra cultivable de las grandes praderas llegando hasta la ciudad de Chicago, en el estado de Illinois, donde depositó 12 millones de libras de polvo (unas 5440 toneladas), para luego continuar su camino en dirección este alcanzando las ciudades de Buffalo, Boston, Cleveland, Nueva York y Washington, DC. Pero ésta no fue la última sino que el 14 de abril del 35 se conoce como el “black Sunday” (domingo negro), día en el que se inició una tormenta que recorrió todas las grandes llanuras desde Canadá al Texas. Fue con ella, cuando Edward Stanley, editor del diario Kansas City –que vivió en primera persona los efectos de la misma- bautizó el fenómeno como dust bowl. Estos son algunos ejemplos de toda una serie de tormentas que asolaron buena parte del país durante la década de los 30 generando un impacto económico-social de primera magnitud que venía a agravar una situación desesperada a la que Franklin D. Roosevelt pretendió hacer frente con su “New Deal”.


 
 
 

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