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QUERER MORIR

  • fjruizmo
  • 4 sept 2017
  • 2 Min. de lectura

En ocasiones se nos olvida una máxima de la ciencia y, por extensión, de la vida: la relación causa-efecto. Cualesquiera de las experiencias que vivamos, en realidad, son el tránsito necesario entre la causa primera -que suele ir acompañada de otras secundarias- y la consecuencia de la misma. Y dado que la realidad se nos muestra extraordinariamente compleja, hasta el punto de no poder comprenderla en su totalidad, es habitual que las consecuencias nos sobrepasen. Resulta habitual que estas, disimuladas en lo cotidiano, en la rutina, parecezcan quedar olvidadas en el tiempo. Sin embargo, solo se necesario un estímulo -destacable o apenas perceptible- para que emerjan de las profundidades de la memoria y el subconsciente hasta nuestro día a día.

Ahora mismo, en Suecia acontece un fenómeno que trae de cabeza a muchos psicólogos y pediatras. Se ha denominado "Síndrome de la resignación" (en sueco, uppgivenhetssyndrom) y lo padecen niños que han vivido en primera persona guerras o fenómenos de violencia y que, posteriormente, sus padres han conseguido establecerse en este país con el estatus de refugiado.

Inicialmente, los niños parecen sanos y adaptados al nuevo hábitat. Pero, ante la llegada inesperada de un estímulo exterior, reacionan de una manera desconocida hasta el momento por la ciencia: entran en un estado muy parecido al coma. Se muestran absolutamente inmóviles, dejan de comer y beber, no hablan e incluso no controlan sus funciones más vitales, Tal es su estado que han alimentarlos mediante sondas. Algún paciente recuperado ha descrito lo vivido como algo parecido a estar atrapado dentro de una urna de cristal en el océano, a gran profundidad, y sentir el terror de que esta pueda romperse ante el menor movimiento o sonido. Según este testimonio, sentía "ganas de morir".

Según parece, casos similares se advirtieron en adultos deportados a campos nazis durante la II Guerra Mundial. Ante el horror que vivían a diario, la desesperación de no poder huir de ello y la falta de voluntad para quitarse la vida, decidían de manera consciente -o no-, "dejarse morir".

¿Y cuál es el estímulo que desencadena este descomunal miedo en los niños? La noticia de perder su condición de refugiado y haber de volver a su país de origen.

En los casos tratados hasta el momento, los niños comienzan a recuperarse meses más tarde. Pero los "deportados", los que han regresado a allí donde vivieron el horror, continúan con la misma sintomatología con la diferencia que, en la mayoría de las ocasiones, los cuidados médicos son deficientes.

Este es un caso de lo más interesante. Además de cuestiones médicas y clínicas, es un claro ejemplo de cómo los efectos de vivencias impactantes pueden ocultarse en nuestra mente, convertirse en un "durmiente" del sistema que se active ante el estímulo adecuado. Estímulo que desconocemos y, por tanto, nos deja a merced de las consecuencias de aquella causa que parecía olvidada.

Y no menos interesante resulta la respuesta que puede ofrecer nuestro organismo: desde desequilibrios psicológicos hasta somatización de enfermedades o, como en este caso, autoprobocarse en un estado de coma.


 
 
 

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