LA PARADOJA DE LA COMPLEJIDAD
- fjruizmo
- 8 may 2017
- 3 Min. de lectura
Resulta del todo habitual utilizar indistintamente dos parejas de conceptos: simple – sencillo, y complejo – complicado. En líneas generales, los términos que conforman ambas parejas guardan similitudes que podrían permitir su uso sin caer en grandes errores. Sin embargo, para el tema que ocupa este artículo, sí se hace necesario llegar a cierta distinción.
Cuando utilizamos “sencillo” y “complicado”, solemos hacerlo en relación a la resolución de cualquier problema o conflicto. Así, hablamos que algo es “sencillo” de solucionar o “complicado” en el caso que dicha solución presente dificultad. Pero en ciencia, al hablar de “complejidad”, se hace referencia al número y tipo de relaciones existentes entre los elementos de un sistema y, a su vez, las de éste con el exterior. Por otra parte, el tipo o grado de complejidad vendrá marcado por el número de relaciones y/o la tipología de las mismas, dependiendo de la clasificación que utilicemos.
La paradoja a la que hace referencia el título de este artículo me resultó “extraña” la primera vez que la tuve frente a mí y, desde entonces, no ha dejado de fascinarme. Hipótesis de trabajo: “Mientras más complejo es un sistema, menor capacidad de gestionar eficientemente el caos”. Esto resulta inicialmente contradictorio, es una paradoja.

Utilicemos dos ejemplos para ello. Un bosque maduro que, como tal, hemos de considerar un sistema complejo. Cuando se incendia –es decir, cuando se produce un comportamiento caótico del entorno-, el bosque termina ardiendo. Seguidamente, y en apenas unos días, comienzan a nacer la primeras plantas repobladoras. Unas especies con una gran amplitud ecológica –es decir, capacidad adaptativa o gestión de fluctuaciones en el entorno-, capaces de soportar temperaturas extremas y exceso de insolación. A medida que estas especies “colonizan” el espacio degradado –modificándolo a su vez-, comienzan a aparecer otras más especializadas. Las formaciones se van sucediendo y el bosque comienza a regenerarse. En el ámbito mediterráneo, un encinar vuelve a ser maduro 40 o 50 años después de haberse quemado.
Un segundo ejemplo, el ser humano. Somos una tremenda máquina bioquímica de enorme complejidad, sin contar con la importancia que tienen pensamientos y sentimientos en su comportamiento. Somos unos seres extremadamente complejos pero, a la vez, apenas tenemos capacidad adaptativa natural; dependemos de la “cultura” para adaptarnos y adaptar los entornos. Ejemplos de ello: nuestros niveles de ph en sangre apenas se pueden alterar; con 40 ºC de fiebre estamos en el límite de perder la consciencia y con menos de 35 temblamos incontrolablemente; apenas podemos pasar un par de días sin ingerir agua y sin dormir, etc.
Así que la paradoja es que los sistemas complejos –que a su vez suelen dividirse en subsistemas- presentan una capacidad baja para gestionar los cambios caóticos en el entorno inmediato. ¿Cómo es esto posible? El concepto de “eficiencia” puede explicarlo. Estos sistemas necesitan consumir mucha energía para ser tan eficientes y no pueden destinarla a subsistemas capaces de gestionar el caos. ¿Por qué no dedican energía a potenciar dichos subsistemas sabiendo que les va la supervivencia en ello? Porque son la culminación de una evolución positiva donde el entorno también se ha ido modificando a su favor.
Pongamos un último ejemplo de ello. Los actuales supercomputadores, capaces de realizar cálculos que jamás hubiésemos imaginado, necesitan localizarse en unos ambientes extremadamente favorables: se encuentran en espacios con temperaturas y humedad ambiental constantes, con reguladores de energía muy potentes para evitar oscilaciones en ésta, filtros en el aire para evitar concentraciones de polvo… Además de estar confeccionados con materiales exclusivos para ellos.
Parece que la naturaleza nos permite ser complejos y eficientes, siempre y cuando el entorno sea el adecuado. ¿Son ustedes capaces de leer este artículo en un transporte público, con música estridente de fondo o con los hijos –o nietos- corriendo y gritando por el comedor?
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