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NAVIDAD EN FEBRERO

  • fjruizmo
  • 6 feb 2017
  • 3 Min. de lectura

Los árboles están adornados pero no es Navidad. Estamos en febrero y lucen igual de embellecidos que en septiembre o mayo. Aquí, la mayoría de ellos tienen por hojas calcetines raídos, pantalones viejos, camisetas, botellas, retales de sábanas… Sin embargo, han conseguido subirse al tren de la modernidad. El que escribe estas palabras ha visto teclados de ordenador, cables y resto de impresoras manteniendo un equilibrio paranormal en las ramas más altas de estos esqueletos.

La Ley de la Gravedad está presente en nuestra realidad; no podemos escapar de su influencia. Un ejemplo de ello son las bolsas de basura que se precipitan desde los balcones hasta las aceras, rompiéndose por el violento impacto, impregnando con tipo de restos orgánicos el espacio que deberían ocupar los inocentes transeúntes. También las colillas o pinzas de la ropa -cuando no escupitajos- que suelen rondar la puerta de la radio. Caminar por estas aceras se ha convertido en un acto meritorio en el que han de unirse un buen estado físico, cierta agilidad de reflejos y una alta dosis de fortuna para salir indemne de las trampas que las minan.

Crees que has visto suficiente, que ya sabes de qué va el asunto y una mañana, mientras realizas un programa de radio, ves caer al otro lado de la ventana, una caja que “explota” en la acera. Esperas a que suene la música programa, sales a la puerta de la emisora y confirmas que la visión era real y que se trataba del aterrizaje forzoso de una caja de pescado congelado. Y entonces te dices que aún te quedan cosas por ver.

Cosas como que en el barrio no hay columpios para los críos. Y es que el hierro tiene mejores utilidades que el juego de los niños. Tampoco hay fuentes o, mejor dicho, no surge el agua desde ellas. De las dos que he visto, a una le había arrancado el grifo de cuajo y doblado el hierro que la eleva desde el suelo. Sí, habéis leído bien, el hierro doblado. Supongo que habrá sido la fuerza del viento o la humedad del ambiente. La otra aún conserva las formas, supongo que porque está junto a la comisaría de los Mossos d’Esquadra, y quedaría extraño detenerse a arrancar el grifo.

Estas son algunas de las cosas que cualquiera puede advertir si decide darse un paseo por el barrio de la Mina, en el municipio barcelonés de Sant Adrià de Besos. O, mejor dicho, por la “Mina gitana” que es donde se ubica la radio donde tienen la santa paciencia de aguantarme cada mañana. Un barrio en el que algunas voces piden a los dirigentes políticos que “inviertan más dinero” y al resto de la sociedad que “no los consideren un gueto”. Un barrio donde a los obreros que levantaban la biblioteca pública llegaron a tirarles botellas hasta que uno resultó herido, o eso cuentan fuentes bien informadas. El mismo barrio donde el ausentismo escolar es evidente y –se rumorea- que eso de ir a la escuela “es cosa de payos”. Una escuela donde se exige que el comedor sea para todos y gratuito; sufragado con financiación pública, obviamente.

Generalizar es totalmente injusto. Aquí viven miles de personas que no han tenido oportunidades, que no han conocido otras vidas. Esta barriada nació a principios de los setenta para recoger a la gente que vivía en las chabolas de diferentes puntos de Barcelona. Pero de eso han pasado casi cuarenta y tres años, algunas “generaciones sociales” y, sin embargo, los árboles siguen estando embellecidos en pleno mes de febrero y las bolsas de basura sufriendo los efectos de la fuerza de la gravedad.

Ya lo sé: son una minoría pero se mueven rápido…


 
 
 

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